máquina del tiempo.

En la máquina del tiempo, estoy inmerso entre sus mecanismos, entre sus engranajes, rodeado de cables de diferentes colores, algunos pelados, otros nuevos, los cuales no sé para que sirven. También hay cubiertas de metal, plástico y madera, y tampoco sé qué separa o cubre cada una de ellas. Pero aquí estoy yo, situado dentro de la máquina del tiempo. Viajando dentro del tiempo, a través del tiempo y durante un tiempo.

En la máquina del tiempo lo último que tengo es tiempo. Dentro de la máquina del tiempo lo único que mido es tiempo. Y lo único que creo que me faltará al final del viaje será quizás y solo quizás un poco más de tiempo.

carrer esperança.

Son los recuerdos lo que me hace reflexionar sobre el paso del tiempo. Y me asusta.

Me asusta entender que el tiempo es algo que se mueve, en la realidad, en una sola dirección.

Porque el recuerdo es solo movimiento atemporal. De ese que, sentado en una banca mirando el movimiento de las ramas de un árbol a través de sus sombras en el piso, me hacen trasladarme a momentos pasados mientras que simultáneamente el reloj sigue avanzando, a su ritmo y sin prisa.

Al abrir una libreta como esta, en la que estoy escribiendo, me encuentro con textos antiguos y viajo en el tiempo hacia esos presentes, donde una parte de mí ya no está más ahí.

Levantar la mirada y ver una anciana sentada en una banca tomando el sol me hace pensar en que quizás ella a estas alturas no ande necesitando abrir libretas antiguas para recordar aquellos días y personas mientras el reloj del presente no da tregua.

En poco tiempo me tendré que levantar e ir en el ritmo del segundero a mi casa. Pues hoy tengo que trabajar y dejar de reflexionar sobre el paso del tiempo y el viento que mueve las ramas de los árboles y proyecta estas sombras en el piso, que a manera de segundero me recuerdan que en cada momento andamos generando recuerdos del mañana.

tic, tac, tic, tac.

Siempre está ese primer momento en el que no sabemos nada. En el que nos guiamos por intuición, por prueba y error ante una circunstancia específica. Siempre está ese primer día de trabajo, donde no sabes ni dónde queda el baño, ni dónde sentarte a la hora del descanso, dónde tomar un café, ni conocemos bien el nombre y cara de nuestros jefes y compañeros.

Siempre está ese primer encuentro con lo desconocido y cuánto lo extraño a veces. En días como hoy, sobre todo, que ando caminando casi de manera inconsciente hacia la cafetería a la cual voy todas las mañanas antes de entrar a trabajar, a pedir el mismo cortado con leche de avena y mirar a las manecillas del reloj ganarle a la duración que quisiera que tuviera los segundos. Hoy y cada mañana.

Hoy y cada mañana que me dirijo de manera rutinaria ante la vida, en la cual no diferencio frío del calor, niebla de resolana y bullicio de la calma. Mañanas como esta dónde estar situado en el centro empresarial de la ciudad o al lado del río no tendrían diferencia, pues mi mente no está presente. Se ha perdido entre actividades que no quiero hacer, lugares a los que no quiero ir, aspiraciones tan lejanas y desanimadas que parecen ya misión de otra vida, o de otro personaje hoy ajeno a mí.

Hoy dejo este texto guiado por el compás de las manecillas del reloj que me indican que ya es hora de asistir, con puntualidad, a un lugar donde la verdad no quiero ir.

del caos a la calma.

El sol en la cara, los ojos chinos y el reflejo de mi barba en la pantalla del celular.

El bajo fuerte en mis oídos, palabras en inglés y las intactas ganas de oler el olor a hierbas, tierra mojada y olvidarme del sonido de la ciudad y los vecinos.

El aire helado, mis dedos helados, el día helado, lento, espaciado, en silencio. Lejos del caos, lejos de las ganas de comprar y obligaciones de atender.

Lo que tuve y hoy busqué. La necesidad de estar donde deseas y el constante deseo de estar donde necesitas se contraponen constantemente, son antónimos, enemigos, y me dificultan abordarlo todo.

¿Cómo vivir en la calma del silencio sin recurrir al caos para solventarlo?

En uno mismo debe de estar la respuesta.

De momento, el sol sigue en la cara, y los ojos siguen chinos. El aire helado al respirar y en los dedos. Y si me concentro un poco más, el bajo y las palabras en inglés se pueden trasladar a la calma, a la tierra mojada y el olor a hierbas.

atrás, detrás de mí.

Como sobre pensar.
Como soltar, dejarse caer.
Como coquetear con la idea de la oscuridad eterna, del sin fin de oportunidades que da la fantasía de tan solo no pensar y que lo que no vemos con los ojos apague también los pensamientos.
Todo eso que es huir de uno mismo. Ese recurso del olvido profundo, desconexión adrede, del parchar los huecos del recuerdo con lo que tengamos a la mano. Con todo aquello que se termina disipando como el humo en el que estamos muchas veces. Intentando sobresalir del vacío. Porque con el intento de sobrepasar este malestar crónico, confundimos las leyes de la física e intentamos cubrir un orificio con gases o calmar un fuego interno con alcohol. Y es que estamos desorientados, deshidratados y agotados.
Y entre malestares y desventuras nos alejamos del por qué, del inicio y del motivo, y terminamos en un nuevo por qué, y más perdidos y molestos. Y nos tentamos nuevamente por el oscuro pensar de no pensar más.
Al final, en la oscuridad eterna, el pensamiento no se detendrá, pues creo, solo creo, que lo que no se resuelva enfrentado te perseguirá como sombra y mantendrá muy asustado.

quizás.

Fijados en las sólida estatura de nuestros cuerpos. Estáticos, como cuando muramos y quedemos postrados en la última posición inhumana y ajena a nuestra naturaleza.

Seres eternamente dudosos de acciones. Juzgados, atorados y desplazados. Desde el interior hacia afuera. Hacia la intranquilidad de ser uno mismo. Sin dañar y dañado, cansado y apagado.

Ajeno y eterno, fugaz y quizás, solo quizás.

entre.

En el silencio me encontraba y me encontré. En las mañanas largas, entre la niebla, la humedad, el canto de los pájaros, la bocina del que vende pan, el fuerte eco de los camiones cayendo en algún hueco sin parchar. Entre promesas falsas de mandatarios, políticos, familiares y las mías. Entre la culpa a la herencia, a la genética, a los aciertos y desaciertos, a los que me rodeaban por obligación, por decisión y omisión. Entre el desgaste emocional del querer encajar, ser parte, unirse con otros y convivir en comunidad, en armonía, en una meseta de calma, de continuidad, de sin razón y corrección. Entre voces oportunas e inoportunas. Entre refutaciones personales y silencios explosivos. Entre la explosión de ser yo mismo en esta ciudad tan caótica y cobarde a la vez.

Entre estas montañas me encontré una vez más y entre estas montañas me encontré a mi mismo una vez más.

si-len-cio.

En un submarino se tiene que estar mejor que un avión. Pues entre moluscos, algas y agua fría no se escucha al joven engreído que va detrás mío hablando en voz alta con sus amigotes. 

Pues entre aguas frías, moluscos, algas y peces se debe estar mejor, no escuchando algarabía sazonada con falta de empatía, ni historias ajenas, tontas y vacías de un viaje que a mí no me importa. De un viaje del que no me debería yo enterar.

Entre nubes

Y con bulla de turbinas

Oigo tontas hablando de sus compras

De sus faldas y pijamas.

Escucho voces que gritan sobre el mercado de fichajes, de nombres en ruso y opiniones que poco me interesan.

Entre gente yo soy un ente

Entre humanos me vuelvo insano

Entre vidas, los imagino en lápidas.

Entre gritos busco silencio.

Bajo el agua, en un submarino, se debe estar mejor. Rodeado de algas, agua, peces y moluscos que son más silenciosos, hermosos y respetuosos que estos pasajeros de avión, que entre nubes y ruido de turbina me andan quitando las ganas de seguir esta rutina.

maquinaria diaria.

Ante mucha gente que anda en búsqueda de algo que confunda un deseo y un anhelo. Un quisiera por un placentero y efímero respiro de la realidad. Del día a día del que buscan escapar hoy aquí deambulando ante inservibles trofeos del futuro olvido y gente presa en contra de su voluntad, los cuales les brindarán aquellas mentiras para tratar de solapar aquel fracaso existencial llamado existir.

Hoy aquí el preso soy yo, objeto claro de que la máquina siga en pie para luego, otro día, obligar a otro preso a devolverme el favor. Y al menos ser consciente que esto es así y que entre presos no podemos restregarnos en la cara libertad.

distancia, hielo y rancia.

De lo que fue quedó el recuerdo. El que hubo, surgió y desapareció.

Del que anhelé, no dormí, rogué y trasnoché, tan solo quedó el rastro invisible. El aliento rendido, el cansancio crónico y malestar indoloro mas incómodo al recordar.

Que del anhelo, solo hielo, solo frío, vapor y distancia.

Casi ya pasada y rancia.