Tal vez el temor más grande que haya sentido haya sido el de la hoja en blanco. Esa ansiedad mezclada con la probabilidad de que tal vez, sólo tal vez, mi mente haya permanecido en blanco por un instante.
Y es que en el día me la paso volando entre historias que pudieron haber sido, rechazos estrujados en recuerdos condicionados, errores que no son tuyos, y tampoco míos, personas que no conozco y la invención de sus vidas, y en la mirada perpleja de lo que va a acontecer.
Da la casualidad que siempre sucede algo, algún imprevisto o previsto que impide que me enfrente a este titán de pocas palabras y expresión larga. Éste cálido lienzo que me mira con los ojos bien abiertos y me tienta a ensuciarlo con el orden más desmesurado de mis pensamientos. Me tienta a embarrarlo en entusiasmo y en situaciones que no existieron. Me tienta a crear una historia paralela a la de hoy, que tal vez es muy cercana a la de ayer, o que quizás también se inventó en el ínterin de aparentar circunstancias donde se me veía más seguro y mejor parado ante fatalidades que eran supuestas por mí. Y es que este personaje no sabe ni lo que pasa ni lo que debe. Anda soñoliento del deseo de ser un escritor. De tener la capacidad y el poder de domar sus dedos durante minutos que sumados den horas. Porque para esto se requiere un don. Don que no existe en este lienzo. Y acá somos testigos. De un disparate de sin sentidos que juntos forman un disparatado texto y un disparatado lector. Yo mismo, unos días más tarde. En la misma sintonía, con la misma frustración.
No sé aun si las historias son escritas a poquitos y en sesiones. No sé cómo se mantiene en pie tan larga batalla, cómo no se pierde de antemano ante la adversidad de estos grandes ojos de este lienzo en blanco. Este lienzo que hoy me miró durante horas a escondidas, mientras de reojo desde el umbral de la puerta lo veía, detrás del mueble, asustado, con la taza de manzanilla en la mano y el pretexto en el pensamiento.
Tarde o temprano él me llama y yo contesto. Ya no puedo seguir huyendo a los llamados insistentes. Al final, calculo que a él no le interesa cómo uno lo termina manchando. Las letras son su abrigo.
Tranquilo, aquí yo te caliento, amigo.
Cobija de invierno.
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