El marco de la puerta hace un sonido extraño cada vez que hace frío. Ha comenzado el invierno, la temperatura anda bajando y el sonido anda más fuerte cada día. A toda hora me acompaña su gemido, que ya parece queja más que canto. Es un sonido grueso pero ligero. Se escucha de muy cerca y no es largo ni constante. Es lo contrario a cuando caen gotas en el lavadero de la cocina. Como cuando cierras mal el caño y el sonido de las partículas de agua caen sincronizadamente cada tres segundos. El eco de la explosión acuática resuena lentamente en mis oídos y me deja escribir de manera más tranquila. Y la cocina y mi escritorio están muy cerca. Casi al lado yo diría. Otros dirían que está adentro, y que más o menos ando trabajando en la cocina. Yo le dejo eso a los cocineros la verdad, y prefiero ponerme al lado, sólo al costado y no incluirme en quehaceres de otros sujetos. Y este sonido me tiene laxado. Me mantiene alerta pero casi en un sentido sonámbulo. Es el metrónomo de un músico profesional y la improvisación de uno callejero. El agua viene con la precisión. Son tres segundos los que dividen los bombazos. El gemido viene con lo improvisado. Es cuando quiere, o mejor dicho, cuando baja la temperatura al nivel adecuado. Y como en cualquier pista musical, o en algún concierto improvisado, hay momentos más monótonos, y otros momentos más repentinos. Las teclas del computador también acompañan esta melodía. Éstas son impuntuales, imprecisas y más agudas. A veces van más rápido: si las ideas van saliendo. A veces van más lento, o hasta se callan, si es que el pensamiento se queda en blanco. Cuando van, a veces rápido, salen cosas sin sentido, y las persigue otro rápido y repetitivo sonido: el de la tecla larga y horizontal. Ese sonido es como el arrepentimiento. Es un sonido de negación y olvido. Es un constante sonido de retroceso. De retorno. De volver hacia atrás. De empezar nuevamente. Ahora el sonido es más pausado. La calefacción ya hace efecto. Los gemidos van cesando. La constancia de las aguas es casi imparable. Y las teclas, cada vez más pausadas. Cada vez más distanciadas. Y ahora se oyó la rapidez de la horizontal, de la del retorno. Y ahora gota. Gota. Gota. Gota. Ya casi no hay más música. La canción va terminando. Palmas.
Melodía de cocina.
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