El supuesto encuentro se iba a dar a las diez menos veintitrés. No se esperaba mucho de él, pero igual había gente atenta. Niños habían luchado contra el sueño y padres contra los berrinches. Madres luchaban contra maridos y maridos contra ellos mismos.
La antesala sería presentada por la tan odiada: Nancy Arteaga. Nancy llevaba más de treinta años en los medios nacionales. Todo hombre del país la amaban, y el que no, lo hacía en secreto. Toda mujer del mundo la odiaba. Y la que no: la envidiaba.
¡Y que mujer! Era una de esas personas que te jalan la mirada a simple vista, luego te obliga a cerrar los ojos involuntariamente y respirar la estela que te cachetea de ida y de vuelta. Dulce y armoniosa.
El evento no era lo suficiente grande para la presencia de Nancy, pero ella estaba ahí. Quizás, muchos dejarían de sintonizar el programa luego de la antesala, pero creo que los inversores muy bien lo sabían y la publicidad ya estaba muy bien distribuida.
Recuerdo ver el reloj cada dos minutos. Intercalaba las vistas al artefacto de muñeca con sorbos de cerveza. Cerveza que estaba por acabarse al igual que mi paciencia. Y con paciencia recordé los días en que veraneaba en la laguna de Huacachina. Como salía temprano en mi Honda 70. Paraba en Velazco. Compraba una bolsita de esas galletitas que tanto extraño: «Paciencia». Subía a toda máquina la duna más pegada al oeste y me sentaba mirando al este y cómo salía el sol.
La verdad que esa imagen no me la quitará nadie. Pero ya aparece Nancy. La cerveza anda tibia y mi cuerpo también. Julia anda arriba con los chicos y me anda pidiendo que baje el volumen. Que se van a despertar los niños y que suba de una vez a ayudarla. Y ella no entiende que no es fácil levantarse todos los días a las 5:50am. Manejar cincuenta minutos en un tráfico endemoniado. Trabajar doce horas. Manejar de regreso en el tráfico aun más endemoniado. Para poder llegar a casa cuando el sol ya no está. Cuando es sol ya no está al igual que cuando salí de casa. Y es que si me pongo a contar los días que vi mi casa iluminada con luz natural, me deprimiría tanto que para que seguir contando esta historia. Y la curiosidad me invadió y saqué la antigua calculadora científica de mi padre. Y los números de color verde limón me dicen que en los tres años que vivo acá. Que a los 1095 días que ando viviendo aquí, aproximadamente solo disfruté 312 días de luz solar. Es decir, me pasé un poco más de dos años viviendo con luz artificial. Y la cerveza ya se acabó del todo. Y el pensar me empezó a deprimir.Y para qué tanto esfuerzo? Para qué subir e irme a dormir ahora? Si mañana saldrá el sol y no podré disfrutarlo desde la comodidad de mi casa. Saldré temprano para conseguir esos papeles verdes que me darán a fin de mes, los cuales usaré para pagar este lugar en el cual casi no estoy. Y Nancy ya se está yendo. Los números me invadieron, la cerveza se acabó, mi cerebro se exprimió. Julia que no para de gritar. El calor que solo me hace sudar.
Y Nancy ya se fue. Y me la perdí. Ni me interesaba el encuentro. El gran evento. Lo «más importante».
Me lo perdí. Y es momento de ponerse de pie. Apretar el botón rojo de «Power». Botar la botella vacía al basurero. Apagar la luz que pagaré a fin de mes. La cual es la responsable de que pueda disfrutar este lugar que es mi lugar y del cual casi no he disfrutado.
Que ya voy mujer, que está todo oscuro.
Que sin luz yo no entiendo. Que sin luz, no te encuentro.
