Luz de costa a costa.

La forma que tomó tu mano al decir adiós hizo en mi mente una pintura que nubló tu cara. Lo recuerdo, fuiste desapareciendo. Te hacías cada vez más pequeña. Y el carro no se detenía y no se detendría más. Empezaste a girar, a darme la espalda, a dejarme ir. Yo por otro lado no quería irme. Quería quedarme a tu lado. Quería tantas cosas que no podía. Tantas cosas que aun no puedo.

Me contaron que te fuiste a la playa. Te sentaste en la arena sola. Que miraste al lado y me buscaste, pero esta vez yo ya no estaba ahí.

Viste salir al sol desde lo lejos del océano. Te paraste y le diste la espalda. También al sol.

Y yo por otro lado. También fui a la playa. Fui esa tarde. Me senté. Jugué con la arena entre mis dedos. Y también te busqué a mi lado. Y al igual que tú, no te encontré. Vi el sol ocultarse en el mar. Me paré y le di la espalda.

Ahora darle la espalda a ese sol cuando se oculta por acá o sale por allá hace que nos dirijamos en la misma dirección.

Cada vez que el sol se oculta acá le doy la espalda y te miro.

Ojalá cuando allá salga el sol por las mañanas. Todas las mañanas, también le des la espalda y mires hacia acá. Porque tenlo por seguro, cuando acá se oculte yo te estaré esperando. Cuando acá se vaya la luz. Esa que apareció por tu espalda. Aquí estaré yo.

Como siempre, de espaldas hacia el mar.

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