Del norte que estuvimos, al sur que perteneces.

Se levantó un domingo con dolor de cabeza por la cervezas de la noche anterior. Cogió el celular de la mesa de noche, el cuál aun estaba enchufado a la pared cargando. Tuvo una pelea con el aparato electrónico. La pared y él peleaban por el mismo objetivo. Luego de un vaso de agua en el piso, la pantalla mojada y todo hecho un desastre, él logró ganarle el duelo a la pared. Limpió el agua de la pantalla, lo desbloqueó y vio que aún eran las nueve de la mañana. Decidió dormir un rato más, total era domingo y sería un día aburrido. Dejó el celular encima del charco de agua y giró sobre su cama llegando a abrazarla. Ella se soltó y se pegó a la pared. Él la dejó ir, giró y cerró los ojos para tratar de seguir durmiendo. Pasados pocos segundos, y él tratando de poder conciliar el sueño nuevamente, ella abrió los ojos y empezó a observarlo.

Lo miró fijamente durante cinco minutos. Lo miraba y le provocaba abrazarlo. Le provocaba decirle que quería estar siempre ahí a su lado. Pero no podía hacerlo. No podía exponerse así de fácil. Debía volver a casa, a estar con los suyos. Es decir, con el suyo. Esto era un juego para ella. Esto era una etapa de mierda en su vida donde él pudo ayudarla y ella lo aprovechó. Ella era egoísta al hacerlo. Ella sólo pensaba en ella. Porque él siempre estuvo ahí. Porque él era un huevón. Él invirtió tiempo en ella. Tiempo en sus sonrisas. Tiempo en sus lágrimas. Tiempo que no valoraba. Tiempo que no comprendía. Tiempo que ella no logra apreciar. Porque a ella le gusta que la traten mal, que la menosprecien, sentirse un objeto, sentirse usada, sentirse inestable. A ella le encanta la inseguridad, le encanta el maltrato, le gustan los gritos. Y él es calma. Él es tranquilidad. Él es paz. Él es preocupado. Él quiere ser querido.

Así que él se despierta. Han pasado dos horas. Ella está ahí. Mirando la pared, apoyada en el hombro izquierdo. Respirando suavemente. Y a él le provoca abrazarla. Pero se dice que no. Se arma de valor y le pasa la voz. Le toca el hombro y le dice ya es hora. Él se para, se pone un polo, se ve al espejo, se limpia las legañas, se saca las medias. Voltea y la ve aun echada. Echada mirándolo. Y él le dice ya párate. Ya es hora que te vayas. Yo tengo cosas que hacer. Ya vete. Ella lo mira y le dice que no. Se tapa y se acurruca en la cama. Él quiere besarla: lárgate. Él quiere abrazarla: vete. Él quiere tocarla: apúrate. Él quiere quedarse allí todo el día, echado, sin hacer nada, sin hablar, solo rozando los cuerpos y oyendo sus respiraciones: ya no aguanto más, te quiero afuera.

Ella le tira la almohada. Lo manda a la mierda. Él le devuelve la almohada y le dice: déjame guiar la historia a mí. Párate, cámbiate, apúrate y vete. Al salir no voltees. No se te ocurra dar esa última mirada. Ella se para. Se cambia, no se apura y por fin camina para irse. Él pasa al lado de ella. Se detiene. Cruzan hombros y pensamientos mas no palabras. Él la huele. Sabe que será por última vez. Ella lo ama en silencio y se queda quieta. En el umbral de la puerta él se detiene. Está completamente de espaldas a ella y decide voltear. A dar esa última mirada. A darle la contra y salirse con la suya. Y voltea. Y está vacío. El cuarto está vacío. Ya no hay nada ahí. Camina hacia la cama. No tiene ni sábanas. Entra al baño. No hay nada. Abre el closet. Nada. No entiende. Se jala los pelos y no entiende. Ahora si apurado sale del cuarto corriendo y tropieza con el cable del cargador del celular. Cae al piso. Ve la mesa de noche a la altura de sus ojos. Ve el charco de agua. Lo toca. Es real. Era cierto. No lo entiende. Se para lentamente. Suelta el cable del cargador, el cual cae lentamente al piso. Se arregla el pelo. Se pone bien la sandalia. Y camina. Cierra la puerta. Y él le pone seguro. Agarra la llave y la mete a un cajón. Se sienta en la cama. Se coge la cabeza. Y se para de prisa. Abre el cajón para sacar la llave. Él quiere ir tras ella. Pero ya no hay llave. Ya no hay que hacerlo. Ya ella partió. Ya está en otro lugar. Y es donde debe de estar. Él debe seguir. Debe seguir sin ella. Buscar nuevas experiencias. Dejarla de pensar. Dejarla vivir. Él dio todo de si mismo. Y ella no lo supo ver.

Se sienta nuevamente. Ahora más tranquilo. Está mirando fijamente a la pared del frente. Y suena la puerta. Es ella gritando. Que le abra la puerta. Que sabe que está ahí. Y él se echa en la cama. Agarra su celular. Lo desbloquea. Busca en el cajón sus audífonos. Pone música. Se pone el celular en el pecho. Y lo gritos van disminuyendo. Ella se va callando. Y piensa en dormir. Total es domingo. No hay nada que hacer. Sería un día aburrido. En el que nada malo pueda suceder. En el que nada bueno se espera venir.

Deja un comentario